¿Qué decir hoy sobre los ocho camaradas asesinados en la 20? ¿Qué palabras elegir y combinar? Palabras pronunciadas como un susurro en la larga noche de la dictadura o gritadas a viva voz en las calles para su caída; escritas en paredes clandestinas a trazo de carbón denunciando implacablemente al régimen o en coloridos muros como homenaje eterno de los que continuaron la lucha, de los que vinimos después, de los que seguirán viniendo.
El desafío no pasa por la pretensión de decir algo novedoso pero también por no volverlo un ritual; que el hecho mismo de ganarle la batalla al olvido y sus secuaces, que los hubo, que los hay, no transforme a la memoria en un fósil, ni al acto de recordar en una pose. Desde la derecha, tan afecta a la conmemoración de rituales vaciados de sus contenidos, tan proclive a escribir historias oficiales repletas de parcialidad, tan necesitada de seguir extirpando la historia reciente para fomentar el olvido y cercenar la memoria, también se pretendió estigmatizar a la izquierda (en privado y a sotto voce porque no se animan a decirlo públicamente) respecto de lo que denominan como utilización política de los mártires.
Los comunistas uruguayos no tenemos siquiera que responder semejante falta de respeto. Sin embargo, asumimos el desafío de nunca dejar convertir nuestra historia de lucha en un relato hueco o la memoria devenida en un ritual vacío. Por el contrario, deseamos ser capaces de las mayores reflexiones sobre los hechos, de asumir los aprendizajes imprescindibles para no ser meros repetidores de la historia, de reconocer nuestras fortalezas y carencias de antes y de ahora para poder traducir en hechos concretos nuestras ideas, pero además, siempre volver a pasar por el corazón al recordar y poner el acento en nombres de hombres apasionados por querer un mundo distinto, libre y justo, sin quienes no hay memoria, no hay historia, ni siquiera tergiversación posible.
Rituales
La palabra rito viene de ritus, y quiere decir uso, costumbre. Remite a un modelo paradigmático y arquetípico cuyo caracter formal expresa una conducta reiterativa, que eternamente se copia a si misma, como bien lo expuso Mircea Eliade a través del mito del Eterno Retorno en sus estudios sobre algunas culturas “primitivas” y la función de lo ritual en la cultura humana. Pero también hay que entender en lo ritual, una acción de reconocimiento que nos inserta, como un corte sincrónico a través de esa vinculación cíclica, con lo vivido antes por un grupo, una comunidad, una sociedad. Una sincronía que rompe la diacronía del tiempo histórico. En la concepción lineal -diacrónica- un hecho opera como una sucesión, confluyen o uno tras otro se suceden. Allí opera la historia. En cambio, en el corte sincrónico opera la memoria.
Nada de lo humano nos es ajeno, como a Marx le gustaba parafrasear las palabras de Terencio, sin embargo, no buscamos ni necesitamos escenificar rituales para mantener viva la memoria, como tampoco contar la historia para acomodarnos en ella. Por el contrario, reivindicamos el acto de recordar a los seres humanos de carne, hueso y sentimientos, constructores junto a otros, de ideas y de organizaciones, y de la actitud de jugarse entero por ellas. Reivindicamos el acto de recordar un hecho no ajeno a su contexto, y el papel que le tocó jugar a todo el Partido en medio de la lucha popular de aquel tiempo.
Pero ¿Cómo participar hoy en ese sentido ritual profundo? ¿Cómo hacerlo junto a quienes actuaron contemporáneamente a los sucesos? ¿Cómo hacerlo los que apenas éramos niños y lo vivimos asordinadamente como comentario adusto de los mayores o recibiendo la propaganda del régimen? ¿Cómo hacen las nuevas generaciones que conviven con quienes pretenden mantener la impunidad?
Fotos
Una de las características del fusilamiento de los ocho camaradas es que no existen imágenes. Casi no hay fotos, al menos conocidas publicamente, y menos aún, imágenes audovisuales. Aparte de tratarse de una época en que la captura de imágenes implicaba otros esfuerzos y procesos, los hechos sucedieron de noche y sobre la zona se cerró el cerco militar. Otra obviedad es que los autores del operativo, como también los mandos militares de la época y las autoridades políticas del Estado, no estaban interesadas en que hubiera algún testimonio visual sobre los asesinatos. La mayoría de las imágenes remiten al multitudinario sepelio o a los rostros de los camaradas muertos. Con ellas hemos convivido para poder hilvanar el hilo de la memoria en la trama del pueblo y es a través de ellas que solemos expresar nuestro involucramiento.
¿Cómo mirarlas hoy? ¿Cómo mirar esos ocho rostros captados a la usanza de la época? ¿Cómo ver esas fotos, probablemente de carnet, en blanco y negro con gestos contrastados? El francés Edgar Morin, en uno de sus ensayos, reivindicaba la implicancia del observador hasta convertirlo en una pieza esencial, recuperando a la fotografía, no como mero dispositivo capaz de registrar el mundo sino como parte de una experiencia comprometedora.
Dicen que ahora viven en tu mirada
Las fotografías de los ocho camaradas son más que una réplica de lo que un día existió, como foto, y de los que un día existieron como seres. Son una presencia prolongada, como cuando los familiares portan las fotos de los desaparecidos. Sin embargo, esas propiedades no pertenecen solo a lo representado, tampoco al aparato técnico utilizado o a los medios que lo reproducen, pues la capacidad de emoción de una imagen procede de nuestra capacidad de implicarnos con ella. Decía Morin, “la fotografía debe lo mejor de si misma a la intervención de nuestra subjetividad”. Años después, el semiólogo Francesco Casetti agregaba: “Todo lo que representa la fotografía adquiere sentido porque alguien se lo da. Los contornos visibles se recomponen porque alguien los recupera, las figuras se animan porque alguien les da vida, la elocuencia de una imagen depende mucho de la mirada que la recorre”.
La canción quiere
Frente al inmenso dolor, muchas veces el arte se alzó como bandera, como denuncia, como exorcismo, pero también como imagen estética capaz de representar lo más humano, como necesidad imperiosa de convertir el dolor en acto de creación, en música y cantos que otros cantarán para seguir luchando, para seguir viviendo. Cuentan que en aquellas horas, Afredo Zitarrosa compuso la canción sobre una mesa del Bar Tasende; que estaba muy conmovido y le pidió a Enrique Rodríguez que le escribiera en una servilleta los nombres de los camaradas muertos. "...Sombra de Gancio y de Mora / de Fernández / de Mendiola / no canta sola./ Quiere ser flor y se cierra / como un puño / que la cuide / eso me pide".
¿Cómo mirarlos y cantarles hoy? Quisiéramos ser capaces de recuperar esos nombres y esos hombres concretos, su vida simple de obreros, sus tristezas y alegrías, sus cotidianos gestos de amor, sus imperfecciones alejadas de cualquier ser elegido, su trabajo revolucionario de todos los días... También recordar que los comunistas no tenemos vocación de mártires y que no concebimos la lucha como un culto a la muerte sino, como enseñara Julius Fucik, como un canto a la alegría a pesar de los horrores. Por ello aquí y ahora volveremos a levantar las fotos de los ocho camaradas, escucharemos palabras, cantaremos canciones, difundiremos testimonios y documentos denunciando la barbarie cometida y recuperaremos diariamente la huella horadada por nuestros compañeros, pero por sobre todas las cosas, sin la vana pretensión del sueño de vencer a la muerte, hablaremos una y otra vez de la vida.
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